La Inteligencia Artificial (IA) es un tema nuevo para todos y complejo para algunos. Plantea mucha curiosidad, levanta expectativas y existen múltiples de posibilidades a la hora de abordarlo. Antes que esperar buenas respuestas, una de las mejores formas puede ser plantear las preguntas adecuadas, aunque es cierto que la IA, en sus cortos meses…
La Inteligencia Artificial (IA) es un tema nuevo para todos y complejo para algunos. Plantea mucha curiosidad, levanta expectativas y existen múltiples de posibilidades a la hora de abordarlo. Antes que esperar buenas respuestas, una de las mejores formas puede ser plantear las preguntas adecuadas, aunque es cierto que la IA, en sus cortos meses de vida, está ya tan entrenada en preguntar y responder.
El futuro de la IA y cómo afectará a la sociedad es un escenario futurible e incierto, poco preciso, pero hay preguntas repetidas y generalizadas: cómo afectará la IA a la sociedad , al mercado laboral, a la generación de información o desinformación, a la creación artística o al medio ambiente.
En estos primeros tiempos de la IA -tan acelerados y vertiginosos y favorecidos por el enorme incremento de capacidad operativa de los nuevos procesadores-, nos encontramos con una “falsa IA” o “IA débil” que resuelve procesos más o menos automatizados. Para las personas con curiosidad y apetito por la innovación, existe la percepción de un enfoque empresarial o de negocio, en el que los esfuerzos están en la mejora de productos y servicios existentes, para conseguir que sean más rápidos, más eficaces, más rentables y que, en general, permitan un mejor uso de los recursos disponibles del consumidor a través de estas mejoras. Por ejemplo, en el ámbito de las finanzas personales, al preguntarle a la IA sobre este asunto, habla de automatización, de asistentes financieros, de boots para atención a clientes, de comparadores y otras herramientas que se van puliendo y que, en teoría, nos facilitarán la vida, aunque por otro lado asoman imparables las amenazas, fraudes y quiebras de seguridad que va a generar el mal uso de esta potente tecnología.
También nos encontramos con una “IA fuerte” que puede aprender y comprender cualquier tarea intelectual que el ser humano pueda realizar. En este enorme reto, parece que se está avanzando rápido, aunque todavía no podemos saber hasta qué punto, y posiblemente quiénes hayan logrado ya pasos firmes, puedan estar reservando sus resultados hasta poder lanzarlos al mercado, para ser los primeros en obtener beneficios económicos. Ya se sabe que “es mejor ser el primero que ser el mejor”.
Por último, en esta clasificación de IAs, aparece como “Ente Superior” la Superinteligencia IA, que aún no se ha conseguido ni creo que se consiga en el corto plazo. Se dice que superará a la inteligencia humana, lo que plantea una cuestión de profundo impacto en cuestiones éticas y en las de seguridad de los datos personales.
Visto todo lo anterior, a corto plazo, la verdadera revolución IA no está en la mejora de productos o servicios, y ni tan siquiera en la aparición de algunos nuevos productos y usos. Lo disruptivo, en las decisiones cotidianas de los consumidores, va a estar en la proliferación de gamas y categorías enteras de servicios embebidos Productos y servicios auténticamente generados al manifestar sus necesidades reales a través de sus IAs locales y personales. En la medida que la IA sea resultado de la interiorización individual, y llegue a ser una especie de prolongación natural admitida y alimentada por la persona, más decisiva y beneficiosa debería ser.
Más que una IA fuerte, débil o superior, parece más lógico pensar en la existencia de una IA PERSONAL, local y opcionalmente conectada. Infinitamente superior al desfasado asistente tipo “Alexa”, que, por ejemplo, podría estar vinculado al expediente sanitario del ciudadano para ayudarle a tomar decisiones respecto a la próxima compra sana, el próximo viaje, el plan de pensiones a contratar o la zona más aconsejable del país donde residir, de acuerdo a su historial clínico.
Existen algunas cuestiones que se plantean para esta IA PERSONAL, local…¿Irremediablemente se generarán gigantescas redes de IAs familiares, comunitarias, sectoriales? ¿Podremos conectar las distintas IAs? ¿Qué es lo que nos lo impide? La tecnología no, desde luego. Con cierta lógica, esta interconexión nos permitiría tomar las mejores decisiones individuales y comunes, impidiendo el derroche de recursos. ¿También influirá en algunas decisiones políticas? ¿Confiaremos esas importantes decisiones alguna vez a la IA? Parece que eliminar unos millones de puestos de trabajo, al ser sustituidos por boots o robots, puede ser un pago aceptable al precio del progreso, sin perjuicio de que se creen otros tantos más cualificados, mejor remunerados y más estables. Y se podrían encontrar aplicaciones, ahora mismo impensables, como reducir a la mitad la clase política. Quizá parezca una medida demasiado drástica, pero sí que podría contribuir a la perfecta gestión y perpetuidad de la democracia. ¿Podrá tener la IA la capacidad de ordenar, jerarquizar, armonizar y mover como si de una gigantesca orquesta se tratara, todos los datos y encuestas de personas y agentes económicos, en pos de unos objetivos de auténtico beneficio social? ¿Nos puede dar la IA un nuevo equilibrio entre el bien común y los intereses individuales? ¿A qué ritmo irá la sociedad otorgando poder a la IA para tomar de forma discrecional las decisiones?
Muchas preguntas que a todos nos dan bastante miedo, pero también esperanza. De momento, el temor prevalece. Al hablar, por ejemplo, de políticas sociales vinculadas a una superinteligencia IA, se nos viene a la mente “1984” de Orwell y otras películas post- apocalípticas.
Quizás tenga razón el periodista Mariano Gistaín cuando dice: “La IA nos tiene bien cogidos por los metadatos”.
José Luis Orós Pineda – Vocal de la vertical de InsurTech de la AEFI y creador de «Pensión por Consumo»
Puedes leer la tribuna de opinión en la web de Territorio FinTech: Inteligencia Artificial: Agarrados por los metadatos