Roberto de la Cruz Martínez. Vocal de la horizontal de RegTech en AEFI. Pocos son los que aún no cuentan con el concepto de transformación digital en su vocabulario laboral diario. La integración de la tecnología en el funcionamiento de las compañías es una obligación en el management actual. Ya no solo basta con ofrecer…
Pocos son los que aún no cuentan con el concepto de transformación digital en su vocabulario laboral diario. La integración de la tecnología en el funcionamiento de las compañías es una obligación en el management actual. Ya no solo basta con ofrecer un producto o servicio que sea demandado por el cliente, es necesario ganarnos su confianza y mantenernos competitivos en un entorno empresarial cada vez más complejo. La transformación digital permite a las compañías automatizar tareas rutinarias y repetitivas para focalizarse en otras de mayor valor añadido, como el análisis de información y su consiguiente toma de decisiones, en definitiva, el “manejo del timón” de la organización.
Es por ello que el objetivo de toda empresa del siglo XXI es conseguir una mayor eficiencia, reduciendo costes y aumentando la satisfacción de nuestro cliente. Y, hoy día, esto no es posible sin la implementación de la tecnología que nos ayude, como medio y no como fin, a alcanzar la tan ansiada optimización en nuestros procesos de negocio.
Un debate que está muy en boga en los últimos tiempos es saber si esta tecnología materializada, por ejemplo, a través de la robótica, puede sustituir eficazmente el trabajo humano y si, realmente, muchos de los puestos de trabajo que conocemos actualmente terminarán por desaparecer en unos años.
Si bien, no tengo la respuesta ni puedo vaticinar qué ocurrirá en el futuro, es evidente que tecnologías como el RPA (Robotic Process Automation) han supuesto un avance muy importante en la búsqueda de esta eficiencia en vastos procesos de Back Office. Realmente, que un ordenador pueda realizar tareas repetitivas, a través del Machine Learning, simulando el trabajo del usuario humano, es cuanto menos un avance para la gestión empresarial en términos de productividad y calidad del trabajo realizado.
Los humanos, de esta manera, pueden orientar su labor hacia tareas mucho más complejas, estratégicas y de alto valor añadido para la supervivencia de la compañía, tareas que difícilmente podrán ser suplidas por una máquina, debido a que aún es complicado que estas puedan contar en el corto o medio plazo con la capacidad de raciocinio de las personas.
Ahora bien, no todo es tan positivo ni tan idílico. Delegar los procesos en manos de la tecnología también conlleva gestionar los riesgos adheridos a esta decisión. Y en el ámbito del risk management, no solo nos referimos al riesgo financiero. Una estrategia de transformación digital conlleva analizar y dar respuesta a riesgos como los operacionales, los normativos, los laborales, los relacionados con el negocio o con la misma tecnología.
La automatización de gran parte de los procesos requiere un control y una monitorización exhaustiva para comprobar que la información se está gestionando de forma adecuada. Y los clientes solicitan, a través de la tecnología, una evaluación precisa de esta automatización para detectar y prevenir nuevos riesgos, a la par que demandan transparencia y visibilidad.
Paralelamente a la gestión del riesgo operacional, la transformación digital también conlleva la necesidad de gestionar de forma adecuada los riesgos normativos, sobre todo en sectores tan regulados como el financiero. Gobernanza, gestión de riesgos y cumplimiento normativo (GRC) van de la mano y se erigen, en este sentido, como la clave para evitar otro tipo de riesgos como los reputacionales, que pueden acabar con la vida de una compañía.
En este ámbito, la tecnología es fundamental para hacer frente a los nuevos retos que se nos presentan. La gestión del riesgo normativo conlleva la definición de una estrategia de Compliance relativa, por ejemplo, a la prevención del blanqueo de capitales y la financiación del terrorismo. Pero también la adecuación de la compañía al nuevo Reglamento General de Protección de Datos (RGPD), en el cuál la tecnología supone la herramienta fundamental para evitar brechas de seguridad y proteger el activo intangible más importante de la organización: los datos.
Y qué decir de la gestión del riesgo relativo a la ciberseguridad. La mayor dependencia de la tecnología conlleva la necesidad de reforzar esta área para evitar riesgos legales, operacionales y reputacionales, aportando una mayor seguridad al negocio.
En definitiva, la transformación digital supone una nueva forma de hacer las cosas, una redefinición de estrategia, procesos y productos y servicios en búsqueda de una mayor eficiencia. Pero no tiene sentido aplicarla sin más en la compañía sin una correcta gestión de los riesgos implícitos, para los cuales la tecnología es un aliado, pero también una puerta abierta a nuevos retos y situaciones para los que conviene estar preparados.
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